¿Por qué las personas sufren? ¿Por qué mueren? Si Dios es bueno y amoroso, ¿cómo es que Él permite que esto suceda?
Muy a menudo las tragedias y el sufrimiento nos provocan confusión, ira, horror o amargura. Ellas son una prueba adicional de que Satanás está activo en nuestras vidas y que el mal no es ajeno a nosotros.
Un excelente libro de la Biblia para leer acerca del sufrimiento y el mal es Habacuc. Tiene sólo 3 capítulos, en los que el profeta Habacuc pregunta a Dios por qué Él no estaba castigando el mal. Dios le responde diciendo que sí iba a castigar el mal, pero que estaba trabajando para hacerlo en el momento propicio.
Cuando no comprendemos los tiempos de Dios, debemos recordar que Él no creó el mal. Dios, que es justo, misericordioso y amoroso, le concedió libre albedrío al hombre cuando lo creó. Dado que todos somos pecadores, todos experimentamos el mal y la injusticia, pero Dios continua en control de todas las cosas e incluso puede usar el mal para hacer el bien. Santiago 1:17 dice: “Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto.”
También podemos usar nuestro tiempo de sufrimiento para mirar a nuestro interior. Vivimos en un mundo caído en el que todos necesitamos un Salvador, y eso es precisamente lo que Dios ha provisto. Dios nos ama al punto que envió a su Hijo, Jesucristo, para morir por nuestros pecados, de tal forma que podamos vivir por siempre en el cielo. Cristo era perfecto — santo — y aun así sufrió más allá de lo que podemos imaginar a fin de pagar el precio por nuestros pecados y darnos vida eterna. Sí; podemos experimentar cosas malas aquí en la tierra, pero al mismo tiempo nos podemos regocijar en el hecho de que Dios nos ha provisto un lugar de eterna paz en el cielo.
También nos ayuda recordar que, puesto que Cristo ha sufrido, Él entiende lo que estamos experimentando y tiene compasión de nosotros. Cristo no sólo nos da esperanza cuando confiamos en Él, sino que nos ayuda en los tiempos difíciles, consolándonos en nuestro dolor, rodeándonos de personas que nos apoyan y permitiéndonos sentir su presencia en nuestras vidas.
¿Por qué sufre la gente buena?
El tener una relación con Dios no implica que no vamos a sufrir. El pecado afecta a todas las personas y, debido a eso, todos experimentamos dolor e infortunios. La diferencia está en que Dios promete estar con aquellos que confían en él. El Salmos 34:19 dice: “Muchas son las angustias del justo, pero el Señor lo librará de todas ellas.” Esto no significa que la vida será fácil, sino que tendremos ayuda para sobreponernos a los tiempos difíciles.
Dios está con nosotros en todos los obstáculos que enfrentamos, de tal forma que no tenemos que atravesarlos solos. Podemos apoyarnos en Él en los tiempos difíciles, pues sabemos que Él cuida de nosotros y que nos ayudará en todo pesar, dolor o frustración que suframos. Esto nos llena de esperanza porque, aun cuando no comprendamos por qué las cosas acontecen, sabemos que en la infinita sabiduría de Dios Él puede sacar algo bueno de las malas situaciones. Él puede fortalecer nuestra fe o resolver las cosas de maneras que no vemos o entendemos. El sufrimiento también nos permite ayudar a otros que atraviesan por situaciones similares, compartiéndoles la esperanza que tenemos en Cristo.
Si usted ha aceptado a Cristo como su Salvador, puede estar completamente seguro de que Él está y estará siempre junto a usted. La Biblia dice en Deuteronomio 31:6 que el Señor “siempre los acompañará; nunca los dejará ni los abandonará.” Él comprende nuestras luchas y quiere ayudarnos en la medida que confiamos en Él. Como 1 Pedro 5:7 dice: “Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes.”
¿Por qué mueren las personas?
Cuando Dios creó el mundo, lo creó perfecto. No existía la muerte. Pero cuando las dos primeras personas en la tierra, Adán y Eva, desobedecieron a Dios, el pecado entró en el mundo y todos hemos continuado pecando desde aquel entonces. La Biblia dice que el precio del pecado es muerte (Romanos 6:23). A menos que Cristo regrese antes que muramos, todos experimentaremos la muerte física.
Pero esto no termina aquí. Aunque nuestros cuerpos morirán, nuestras almas vivirán para siempre. Lo harán en uno de estos dos lugares — el cielo o el infierno. El cielo es el lugar glorioso en la presencia de Dios donde no existe el sufrimiento, el dolor ni la muerte. También tendremos nuevos cuerpos libres de enfermedad y dolor. El infierno, por otro lado, es el lugar de tormento y castigo, donde “el fuego no se apaga” (Marcos 9:48). Ambos lugares son eternos, y en uno de ellos viviremos por siempre.
Si hemos aceptado a Cristo en nuestras vidas, no tenemos razón para temer a la muerte. Aunque nuestros cuerpos sucumban a la enfermedad o la deformidad, nada puede separar de Cristo a quien es su seguidor. Mateo 10:28 dice: “No teman a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma.” La muerte física es solamente una transición entre la vida terrenal con Cristo a la vida celestial con Cristo. Tal como dice Juan 11:25: “El que cree en mí vivirá, aunque muera.” También podemos anticipar el día en que veremos en el cielo a nuestros seres amados que han aceptado a Cristo.